A Clara de Asís le han llamado “hermana Luna” porque el “sol” parece que es Francisco de Asís y esta mujer queda más en la penumbra. Históricamente ha sido así, pero hoy podemos asegurar que aquella muchacha, doce años más joven que Francisco, hija de una familia noble venida a menos en la Italia del siglo XIII es, con todo derecho, una persona que brilla con luz propia. Hay que decir bien alto que Clara de Asís no es la sombra de Francisco. Ella no quiso seguir a Francisco, sino a Jesucristo. Eso sí, el molde franciscano le vino de primera para su propósito de fe. Pero, lo decimos, ella quiere ser seguidora de Jesús de Nazaret. Y lo logró, con la ayuda de san Francisco, aunque, en realidad, parece que fue ella la que apoyó a Francisco y no tanto al revés. ¿Quién esta mujer notable, verdadera y fiel discípula de la escuela franciscana?
Lo primero que hay que decir es que Clara pertenece a una familia de mujeres valientes, porque todas las hermanas de Clara e incluso su madre se sumaron a su proyecto de vida franciscana en san Damián, pasando por encima, como dirían luego, de “pobreza, tribulación y burlas del vecindario”. Nada les arredró. Y ahí tenemos a su madre Ortolana y a sus hermanas Catalina, Beatriz e Inés con ella en el monasterio de san Damián. Clara se ha llevado el nombre y la fama, pero eran una constelación de mujeres valientes que se lanzaron a una vida dura y pobre porque estaban literalmente enamoradas de Jesús. Francisco siempre las apoyó, aunque al principio pasara mucha preocupación por ellas. Pero eran fuertes y salieron adelante.
Conviene también decir que Clara es una persona que anhela libertad. Y encontró en la propuesta de Francisco lo que buscaba: un camino distinto y libre, sin romper con la Iglesia (como lo hacían algunos movimientos laicales heréticos de la época), con una espiritualidad que se podría adaptar a mujeres, en un horizonte donde todo estaba por hacer ya que Francisco no quería repetir los viejos moldes de vida religiosa de la época. Por eso, por raro que parezca, la opción de Clara es una opción por la libertad. Su vida no es una vida “de clausura”, sino de libertad. Lo de la clausura vino después por razones que poco tienen que ver con la libertad.
Si alguna nota conviene a Clara de Asís es que, en su tiempo, no fácil para las mujeres, fue una persona fuerte. Lo demuestra en múltiples episodios de su vida harto conocidos por los lectores: su decidida fuga de la casa paterna y la permanencia en el monasterio de San Damián; su lucha por tener visitadores franciscanos; su defensa del convento y de la ciudad ante los sarracenos; su terco empeño por lograr el Privilegio de la Pobreza; su afán logrado por tener una Regla propia escrita por ella misma. Se puede decir que ella fue fuerte para otros, entre ellos Francisco, que encontraran apoyo en su fortaleza. Cuando Francisco dudaba de entregarse a la oración o andar por los caminos en vida itinerante, fue Clara la que lo sacó de dudas: debía vivir entre las personas, en un camino compartido con los débiles. Su fortaleza sostuvo a otros.
Pero la fuente de todo esto se halla en su enorme pasión por Jesús y por la vida en pobreza. Jesús y la pobreza. Son sus grandes pasiones que quiere contagiar a su amiga de Bohemia. Por eso, dice cosas hermosísimas de Jesús: “Amando a Jesús, sois casta; abrazándole, os haréis más pura; aceptándolo, sois virgen. Su poder es más fuerte, su generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más elegante. Y ya os abraza estrechamente Aquel que ha adornado vuestro pecho con piedras preciosas, y ha puesto en vuestras orejas por pendientes unas perlas de inestimable valor, y os ha cubierto con profusión de joyas resplandecientes, envidia de la primavera, y os ha ceñido las sienes con una corona de oro, forjada con el signo de la santidad”.
El ideal de Clara de Asís es abrazarse a Cristo pobre como virgen pobre. : he ahí un horizonte magnífico para quien aprecie la espiritualidad de Clara. No es cosa baladí. No se trata de efluvios espirituales sin base. Es algo profundo. Se trata, en primer lugar, de descubrir a ese Cristo pobre. No es cosa fácil porque las personas religiosas, con buena voluntad, hemos colocado a Jesús fuera de los ámbitos de la pobreza, en la gloria, en el triunfo, en el no sufrimiento, en la no limitación. Hay que transitar las páginas del Evangelio para ir descubriendo, poco a poco, la rara hermosura, de un Jesús buscador, inquieto por las cosas del Padre, preguntador a la Escritura de lo que realmente quiere el Padre, asumiendo sus perplejidades, andando caminos comunes para que sepa de lo nuestro. Hay que pararse mil veces ante un Jesús pobre y entregado, maldito en el palo, como diría Pablo. Hay que bajar al sótano de ello humano para encontrarse allí con el “abajado” Jesús. Todo un enorme trabajo.
Clara de Asís nos diría hoy: “Gracias por haberme dejado asomarme a vuestra vida. Aunque soy de otra época, he tenido un corazón tan apasionado como el vuestro, he luchado por ideales como lucháis vosotros, he querido amar a Jesús y Francisco como lo hacéis vosotros, me han enamorado las personas como os enamoran a vosotros. Consideradme una hermana, la hermana luna. No estamos tan distantes, más allá de las fechas. Algo vuestro y mío es común. Os llevo conmigo y os deseo, como Francisco, el bien y la paz”.